27 marzo 2009

Algo sobre los monos

Por Erwin Macario

La escritora Bertha Ferrer, admirada mujer de cultura, pintora –metida, otra vez, a la cuestión editorial con su revista Presencia– y Liliana Pedroza, maestra de Literatura Contemporánea en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua, me regresan a la selva de los primates, al origen de las palabras, a la poesía.
En la Casa de Artes “Siempreviva”, un rincón de encuentro cotidiano entre pintores, escritores y otros creadores, y diletantes de la belleza, Bertha
–directora de ese espacio cultural en Tabasco– comparte con Luis Granier, Simón del Valle, Irma Lucía Calles y Norma Ortiz, sus emociones recientes en Tuxtla, Chiapas, donde asistió a un evento en honor del autor de “Los amorosos”, al que los chiapanecos honran con el Año de Jaime Sabines, a diez años de haberse integrado al infinito.
Una escena, cuenta, la remitió al gorila de Kafka, magistralmente representado en Tabasco por Jaime Olmedo. Y a la novela Lluvia negra, de María Teresa Guzmán.
Liliana Pedroza, en la cátedra de este martes 24 de marzo conduce a los alumnos de la licenciatura en Periodismo al mundo fantástico de la ciencia ficción con El planeta de los simios, de Pier Boulle.
Ambas, pues, hacen mi regresión, me conducen a la selva de mis propios recuerdos. El “kriga, bundolo mato” tarzaniano se confunde con los personajes de Kafka, con el doctor Zeuis –orangután villano del planeta de Soror– y con los saraguatos de La Cañada, en Palenque, muestra de la lealtad y el amor (¿filial?) hacia quien los protegió en esa exuberante zona arqueológica.
El día del sepelio de don Carlos Morales: “Serían alrededor de las seis de la tarde cuando Yax Kin, debilitado en invierno, se ocultaba tras la verdinegra cadena de montañas, cuando se presentó otra procesión silenciosa e insólita. Irrepetible. Los sarahuatos de La Cañada atravesaron en fila desde la carpintería, pasando por el restorán y por una pequeña depresión que daba a la carretera y prosiguieron su camino hacia el panteón. Los asombrados automovilistas se vieron forzosamente obligados a detenerse para dejar pasar el extraño cortejo. Mona Lisa, con su bebé a cuestas, era la guía; la seguía Lucrecia, la ladronzuela y, luego, la despreocupada procesión de otros monos.
Los peatones que se dirigían al centro (de Palenque) y los autos que pasaban, escucharon de pronto un tremendo conjunto de aullidos, los monos plañideros despedían al que reconocían como fundador de aquel asentamiento en medio de su hábitat. Lo singular del acontecimiento señalaba el afecto y reconocimiento del mundo animal, y permanecería como insólito conjunto de lamentos. Después de esto, la mayoría de los sarahuatos desapareció misteriosamente selva adentro, los contados sarahuatos que regresaron a La Cañada desparecieron poco tiempo después”.
El lado bueno, el verdadero lado de las historias de monos. En el hombre existe mala levadura, mas el alma simple de la bestia es pura, ha cantado el poeta.
Pero los primates y sus primeros descendientes, si creemos en Darwin, se prestan para hacerlos villanos. Una crónica griega traducida al inglés a finales del siglo XVIII, cuenta que los hombres de Hanon, enfrentaron a aborígenes salvajes, a los que bautizaron como gorilas, seres peludos y poco refinados que por su escasa cultura y ánimo belicoso “acabaron primorosamente despellejados y convertidos en trofeo de guerra”.
Esta traducción, vestigio único de un posible manuscrito perdido, aunque en forma brutal nos lleva, como El planeta de los simios, con la involución humana, a darnos la idea de que el hombre no olvida, no renuncia a los monos como parientes aventajados.
Tema recurrente en la literatura de ficción, y de ciencia ficción, se ha llegado, incluso, al menos en el título, a la imitación simiesca-literaria de Isaac Asimov: Jorge Gómez ha publicado Yo simio, donde cuenta que un mono escapa de su jaula del zoológico y al vagar por la ciudad se realiza el sorprendente proceso de convertirse en humano: aprende a leer, a desempeñar el oficio de jardinero, a comer como los humanos… sin que a nadie impresione. Desde su mundo animal contempla como viven los humanos y se asombra con esos comportamientos que el escritor pinta complejos, llenos de confusiones, contradicciones para llevarnos, como Pierre Boulle, a la conclusión de que un hombre y un simio son demasiado parecidos. Aunque haya sarahuatos que formen cortejos fúnebres cerca de Palenque, en el corazón del mundo maya clásico.
Demasiados parecidos, aunque menos brutales, como podría compararse entre la ficción científica del francés al relatar lo que pasa a la llegada de los humanos a Soror, gemela de la tierra (por eso el autor le llama así, sopor, hermana) y la historia del cirujano inglés E. Tyson, involuntario cultivador del género fantástico en la literatura, que en 1699 diseccionó un chimpancé al cual bautizó como Homo sylvestris. Lo retrató en posición erecta, bastón en mano y… gesto melancólico.
Hay diferencias en tratar esto de los monos.
A todo esto y a más me llevan Bertha y Liliana. Iré, con Miguel de Cervantes Saavedra, a preguntar al mico adivino de Maese Pedro; con Herman Hesse a ver los gorilas que portan armas y se adornan con garras de tigre, colmillos de jabalí, plumas de papagayo y conchas de río, en su evolución.
Con Rudyard Kipling a escuchar el canto de los simios: «Somos grandes; somos libres; somos admirables. Somos el más admirable pueblo que hay en toda la Selva. Todos lo decimos, y, por lo tanto, no puede menos de ser verdad».
Voy en fin, a conocer la entraña de Palenque, tras su descubrimiento, con la novela Lluvia negra –inédita– y a entender el gozo de leer, ahora sí, El planeta de los simios.
Y, claro, este mes de marzo que escribo, recordar a Sabines (25 de marzo de 1926–19 de marzo de 1999):
Los dos, nuevos en el alma, preguntando por qué.
Y más tarde tu mano apretando la mía,
cayéndose tu cabeza blandamente en mi pecho,
y mis dedos diciéndole no sé qué cosas a tu cuello.
Vamos a guardar este día
entre las horas para siempre.

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